“¡Qué exageradas!” por María Alejandra Rendón Infante
María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Forma parte del Frente Revolucionario Artístico Patria o Muerte (Frapom) y es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.
¡Qué exageradas!… Se tiene la idea, casi generalizada, de que por el hecho de que algunas mujeres han sido presidentes de países, ministras, gerentes exitosas, empresarias o han ocupado cargos dentro de responsabilidades estratégicas, ya se avanzó lo suficiente, es decir, se da por zanjada la deuda histórica hacia éstas en materia de derechos.
Es probable, incluso, que se tome a estas mujeres como referentes para hablar de la “realidad de las mujeres” hoy. A pesar de que, sí, es importante la lucha que se ha dado por derrumbar los techos de cristal e ir incrementando sostenidamente la participación de las mujeres en la vida pública, sobre todo en el ámbito laboral y político, esto jamás constituye el punto de partida para determinar que ya se ha alcanzado una igualdad sustancial, la cual no haga necesario, entonces, seguir luchando por derechos que tienen miles de años siendo confiscados.
Escuchar en distintos espacios que “hoy la mujer que quiere triunfar y destacarse cuenta con leyes y condiciones para procurárselo y, por lo tanto, ya depende de un esfuerzo individual”, es una de las frases que goza de cierto favoritismo dentro de la fanfarronería de los sectores más reaccionarios, constituido tanto por hombres como por mujeres. Nada más alejado de la realidad.
También es común encontrarse con falacias similares como: “¿Qué más quieren las mujeres?”; Las mujeres quieren igualar a los hombres en todo”; “Con esto de las mujeres hay que tener cuidado con lo más mínimo que uno haga porque ahora todo es violencia”; “Yo soy feminista porque nací de una mujer y jamás he maltratado a una”; “La mujer es lo más bello, por lo tanto ni con el pétalo de una rosa”; “Las mujeres son las que mandan”; “En mi casa manda mi mujer” y… la más común de todas, “Una cosa es luchar por derechos y otra es querer una opresión a la inversa”. Sí, da flojera, pero es necesario explicar obviedades. Basta solo salir, prender la televisión, manejar RR.SS y desarrollar cualquier actividad, sea de forma individual o grupal, para constatar que el machismo campea y es reproducido de manera generalizada, tanto por hombres como por mujeres.
Comencemos a desmontar esos disparates que son repetidos como un mantra: Las mujeres hemos estado y seguimos luchando por la superación de un orden cultural desigual, lo haremos hasta que en cada rincón las mismas tengan garantizados sus derechos y una vida libre de violencia en cualquiera de sus formas, incluyendo las menos visibles como la violencia laboral, psicológica y simbólica etc.
Lo que siempre ha sido violento es el orden patriarcal. La cotidianidad transcurre en un ambiente hostil para las mujeres, solo que esa violencia siempre estuvo normalizada y ahora se coloca -cada vez más- en el relieve de todo debate. Esto se percibe como que todo lo cuestionamos o nos molesta y, pues sí, hay que cuestionarlo todo, porque todo lo construido fue desde la mirada androcéntrica que favoreció el empoderamiento masculino y, por consiguiente, los privilegios que de ese poder se desprenden.
Lo que se asimiló como neutro, jamás lo fue y las diferencias biológicas fueron usadas para justificar inequidades que ninguna relación guardan con el orden biológico: “Las mujeres son de la casa”, “Los niños con su mamá”, “El que lleva la comida a la casa es el hombre” y “hombre es hombre” (como ardid para justificar lo que socialmente solo está permitido al uno y no a la otra) son consensos que forman parte del mandato social que poco o nada tienen que ver con el sexo con el cual nacimos, ni con axiomas de la biología. El hecho den tener una media salarial (por igual trabajo), aún muy por debajo de la media masculina, tampoco tiene que ver con aspectos fisiológicos. Esto como claros ejemplos de cómo operan las construcciones simbólicas que sustentan la desigualdad y pretenden justificarla a toda costa.
Por otro lado, no queremos respeto en función de ser bellas o de dar vida, NO; es creación y construcción patriarcal. Existen mujeres que no se identifican ni con lo uno, ni con lo otro. La reproducción de la humanidad requiere del concurso de hombres y mujeres, por lo tanto el cuidado y responsabilidades en torno a la descendencia deben ser compartidos. No existe la generación espontanea. Aparte de amamantar no se requieren dones especiales, ni capacidades específicas o sobrenaturales. Las mujeres que no desean reproducirse o las que no pueden, también merecen gozar de respeto como seres humanas que también son. De más está decir que la belleza (la del eterno femenino) no es un elemento que justifique la lucha conjunta contra la violencia, ni mucho menos es necesaria la pontificación del ser mujer, debemos ser sujetas de igualdad porque somos seres humanas y ya, esa es razón suficiente, lo demás es adorno y retórica cursi.
El hecho de que alguien considere que “Su mujer manda”, no niega las profundas desigualdades de las que son objeto la mayoría de las mujeres o todas las mujeres; victimas de más de una forma de opresión y violencia: según edad, etnia, geografía y clase social, entre otras. Por lo general eso que se afirma con tanto orgullo: “Mi mujer manda”, yendo en procura de parecer mas feminista que Flora Tristán, es porque realmente ésta se ha convertido en la sujeta o factor que decide las cosas de la casa, lo que es de orden doméstico, lo cual más bien habla de una ilusión de libertad ejercida en los límites del espacio privado, casi siempre tareas de las cuales el hombre no desea ocuparse porque se trata de cosas de mujeres y que no son remuneradas. Todo ello mientras él conquista el espacio público, las instancias de decisión, de sustentación y autonomía económicas, libertades de esparcimiento individual, construye fácilmente relaciones sociales de mayor alcance, ejerce mayor control del tiempo, etc.
La más terrible de las posturas es la del “machismo a la inversa”. Sí, parece oxímoron, parece dicha jugando, parece sarcasmo, pero no; es la más común y deleznable. Aun cuando las estadísticas son realmente claras, la realidad es cruda y la violencia se cobra la vida de cientos de mujeres por día en manos del machismo extremo, las feministas seguimos siendo acusadas de feminazis y de exageradas. ¡SÍ, EXAGERADAS!: “No es para tanto ¡Se están pasando ya!… Ahora quieren cambiar el género a todo, cambiar el idioma, las leyes, adoctrinar a las niñas para que se dejen los sobacos peludos y aborten… todo porque todas son unas lesbianas insatisfechas que quieren es estar en la calle semidesnudas con pancartas exigiendo derechos… ¡QUIEREN ACABAR CON LA FAMILIA!”.
Se olvidan, además, de que absolutamente todos los derechos de los cuales hoy gozan las mujeres son gracias a las FEMINISTAS luchando en cada espacio y en distintos momentos de la historia. El feminismo no es una moda, es de larga data. Tales derechos fueron y seguirán siendo conquistas, no concesiones de nadie y de ningún Estado. El hecho de que hoy podamos ir a muchos lugares públicos, votar, tener algunos derechos civiles, sociales, laborales y reproductivos (Al menos parcialmente) es gracias a la lucha de las feministas.
Por otro lado, quienes suelen hablar de feminismo con la intención de atacarlo o sofocar cualquier intento de avance, no se han acercado, ni por accidente, a los elementos teóricos primarios que lo sustentan. Se trata de una doctrina de pensamiento que ya cuenta con más de tres siglos de existencia y un acumulado teórico vasto que funge de bitácora para seguir abordando distintas realidades y apuntalando movilizaciones masivas con el claro propósito de disputar espacios políticos, recrear la historia, formular propuestas y hacer justicia en nombre de una cultura que ha sido silenciada.
Quienes reaccionan de manera compulsiva a todo lo que se relaciona con el feminismo, por lo general especulan sobre el mismo, es decir, se sitúan en el pensamiento patriarcal y ni siquiera se aproximan a estudiarlo someramente; simplemente parten de matrices que nada tienen que ver con el objetivo histórico de la equidad, ni con el amplio abordaje epistemológico de las mujeres feministas a lo largo de la historia, ni con sus valiosos aportes en la confección de un nuevo esquema de pensamiento del cual emerja un nuevo proyecto civilizatorio. Seguramente, también desconocen las grandes y profundas asimetrías de las que son víctimas las mujeres actualmente. Esas que con negarlas no dejarán de existir.
Las feministas estamos conscientes de que todo movimiento revolucionario que pretenda remover los falsos cimientos de una cultura en crisis, abolir dogmas, prácticas desiguales, misóginas y violentas, instaladas para reproducir sistemas culturales y económicos perfectamente engranados, recibirá su cuota de rechazo, más cuando existen campañas que favorecen y promueven abiertamente el mismo; transformándolo muchas veces en odio y fascismo; siendo que son dirigidas y financiadas por sectores poderosos que siempre han tenido en cuenta lo importante y necesario que es mantener intacto el orden vigente, es decir, el vasallaje de las mujeres en todos los aspectos, siendo que la opresión de ellas ha sido y es una provechosa fuente de ganancia para las grandes corporaciones y para sostener indefinidamente el robusto binomio capitalismo-patriarcado.
El feminismo hoy es y se asume diverso, pero una amplia porción de éste apuesta a la emancipación social y a la superación de todas las formas de opresión presentes, coexistentes y conexas. Ha hecho frente, como nunca, a la política imperial y su lógica expansionista y genocida y, a su vez, se ha adherido a distintas luchas por superar realidades que trastocan la realidad tanto de hombres como de mujeres, niños y niñas en todo el mundo. En ese camino nos mantendremos porque la justicia es el elemento que transversaliza cada acción que las mujeres adelantamos en procura de nuestra emancipación plena, que es también la emancipación de la humanidad.
¡NUESTRA LUCHA ES POR TODAS Y POR TODOS!