El relato del ex.
Nota del editor: Wendy Guerra es escritora cubanofrancesa y colaboradora de CNN en Español. Sus artículos han aparecido en medios de todo el mundo, como El País, The New York Times, el Miami Herald, El Mundo y La Vanguardia. Entre sus obras literarias más destacadas se encuentran “Ropa interior” (2007), “Nunca fui primera dama” (2008), “Posar desnuda en La Habana” (2010) y “Todos se van” (2014). Su trabajo ha sido publicado en 23 idiomas. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora. Mira más en cnne.com/opinion
(CNN Español) — Existen muchos tipos de ex. Algunos pueden ser fantásticos, y otros, tu peor pesadilla.
De mi infancia recuerdo aquellas fiestas de fin de año donde, sin drama alguno, todos se mezclaban en la misma celebración para recibir juntos el año nuevo.
El padre de tu mejor amiga traía a su nueva novia acompañada de sus dos hijos varones a la casa de la anfitriona, su exesposa, quien, a su vez, ya formaba una nueva familia con el padre de unas mellizas que estudiaban en nuestra escuela primaria.
Esto llegaba a tal punto, que no teníamos idea de quién estaba casado con quién, pues, posiblemente el próximo año, los roles volverían a cambiar.
A los diez años, en mi país de origen, el hecho de que tus padres no se hubiesen divorciado podía considerarse un verdadero trauma. Te sentías un “bicho raro”, pues, en tu contexto, la mayoría de tus amiguitos convivían con padres biológicos, hermanastros, padrastros y madrastras.
Cuando salí a conocer el mundo entendí que el matrimonio pertenece a ese panteón sagrado, a ese espacio intocable, que al derrumbarse crea profundos traumas, heridas difíciles de cerrar que repercuten, primero en la familia y luego en la sociedad, pero también comprendí que un matrimonio en decadencia produce demasiados estropicios y no debe durar para siempre.
El proceso de la separación puede ser complejo. Para algunos abandonar o ser abandonado trae consigo ira, infelicidad, rencor y desapego.
Parados frente al espejo descubrimos en nosotros mismos, modos de vestir, ademanes y hasta gestos de nuestros ex. Elegimos lugares, canciones y películas pensando en lo que ellos hubiesen deseado y no lo que, en realidad, quisiéramos para nosotros.
¿Quién era yo antes de ti? ¿En qué punto estaba cuando te conocí? Y, sobre todo, una pregunta terrible que te hacen a punto de abordar un vuelo: ¿A quién avisar en caso de…?
Las imágenes de “nuestros años felices”, las fotos y hasta el sabor de algunas comidas arrastran consigo una carga emotiva que puede trastornarnos o, si se maneja con madurez y altura, liberarnos, conducirnos a un lugar mejor en nuestras vidas. Al conocernos a profundidad, los ex pueden ser nuestros mejores amigos, aconsejarnos y acompañarnos por siempre en un camino de legitimidad y virtud.
Algunos ex pueden aparecer y reaparecer, y esa intermitencia crea un sentimiento de inestabilidad emocional que suele acabar en terapia. Conozco relaciones que no han logrado solucionarse por sí mismas y, lastimosamente, terminan frente a un juez. Es común escuchar disputas entre ex por la custodia de los hijos. Hay casos en que esta situación, mal manejada, deriva en abuso, violencia mental y física, y en situaciones muy extremas, en la llamada violencia vicaria o por sustitución, que involucra a los hijos como castigo a la madre por haber desertado de la relación de pareja.
El divorcio o la separación generan verdaderos trastornos en la vida sentimental de cualquier ser humano, y en determinados casos, mutan en eventos tajantes que repercute en la emigración, la agudización de ciertas enfermedades y el reordenamiento, desplome o solución de la economía familiar. Tengo amigos que pagan o pagaron por años un alimony o pensión a sus exesposas (os), y otros, que, una vez firmado el papel de divorcio, jamás volvieron a verse. Cuántas veces escuchaste: ¿cómo yo estuve casada (o) con esa persona? ¿En qué estaba pensando yo cuando me casé con él (o con ella)?